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dimecres, 30 de març del 2022

Entrevista a José Luis Villacañas Berlanga, autor de ‘La revolución pasiva de Franco’

¿Por qué decidió hablar de este momento de la historia de España en el Siglo XX?

En realidad, fue una conversación con la editorial Harper & Collins. Buscamos un tema que fuera adecuado a mi competencia y que desplegara de forma coherente mis publicaciones anteriores. Identificamos este tema en el franquismo porque permitía desplegar el argumento de Imperiofilia, mi ensayo anterior. Pero también porque era un tema que ya había tocado en otras publicaciones, como en mi Historia del poder político, o en mi narración La mano del que cuenta. Pero finalmente acepté el tema por una especie de deber cívico. La pregunta era: ¿cómo puede ver el periodo franquista una mirada dotada de herramientas filosóficas? Creí que los años del franquismo, y como consecuencia los de la democracia española, podían recibir una luz complementaria desde la historia del pensamiento político, desde Maquiavelo, Gramsci, Carl Schmitt, o Ernst Katorowizc, que es ciertamente mi campo profesional. Por lo demás, el franquismo es un asunto determinante de nuestra existencia personal y colectiva, y nunca es despreciable un esfuerzo más de clarificación de la influencia que ha tenido en nuestra historia. En este sentido, supongo que actualmente el asunto parece especialmente relevante porque nos enfrentamos otra vez a una situación grave como colectividad política y social. La pregunta que debemos hacernos es por qué resulta tan difícil impulsar reformas en España y si tiene algo que ver con esto el hecho de que nuestro estilo político esté moldeado por la mentalidad belicista de Franco, que solo conocía vencedores y vencidos, y de ahí derivaría nuestra incapacidad para dotarnos de un estilo cívico y político productivo.

¿Por qué califica esta Revolución como pasiva?

La noción de Revolución pasiva fue formada originariamente por Vicenzo Cuoco, en su ensayo sobre la revolución napolitana de 1799. Mi amigo Antonio Lastra me informa de que ya estaba en el inglés Gibbon, en el capítulo 48 de su Historia del imperio romano, traducido pronto al italiano y que quizá Cuoco lo tomara de ahí. En todo caso, el filósofo comunista Antonio Gramsci lo tomó de Cuoco y lo generalizó para la forma de construir la modernidad en los países católicos del sur de Europa. La idea básica es que las elites tradicionales, para no exponerse a perder la dirección social y el poder que detentan, se empeñan en incorporar a su acción histórica algunos de las exigencias y reivindicaciones de los actores revolucionarios populares, pero sin dejarlos actuar. Se realizan así algunas de las exigencias revolucionarias, pero sin revolución y sin que los actores populares puedan tomar jamás el poder. De ahí la paradoja de la revolución pasiva. Franco siguió esta línea, pero no fue el primero. De hecho, todo el siglo XIX español es el siglo de la revolución pasiva. Franco es su última expresión. En este sentido, acabó por encarnar el ideal de las elites tradicionales y perfeccionó el proceso completo del siglo XIX español. Franco, tras una primera fase en la que destruyó por completo al pueblo republicano con una meticulosidad fría y despiada, se decidió, no sin muchas dudas, a asumir algunas exigencias históricas de la burguesía progresista española: construcción de clases medias, formación de un capitalismo, superación del ruralismo, del analfabetismo, cultura laica, incorporación a Europa, reducción del poder de la Iglesia. Eso implicaba separarse de sus aliados primeros, la clase terrateniente como tal, la aristocracia militar y la Iglesia católica, y canalizar esos intereses hacia la creación de un capitalismo de Estado que acabaría transformando la estructura y la constitución existencial del país. Por supuesto, todo esto con la finalidad de no perder el poder y no dar lugar a una nueva revolución activa, como la que estuvo a punto de triunfar en 1931.   

¿Qué diría a los jóvenes para animarlos a comprar su libro?

Los escritores no somos buenos en el marketing. Yo les diría dos cosas: la primera, que leer este libro será una experiencia de intensidad vital desconocida para ellos. Después de leerlo no serán los mismos y quedarán transformados. Verán su país de otra forma y a ellos mismos de otra manera. Por supuesto, esto requiere una decisión por la inteligencia. Por eso la pregunta que yo les haría es si desean pasar por su vida sin enterarse de lo que somos y de lo que son. Para inclinar su respuesta a esta voluntad de saber, les recordaría que la ignorancia no ha sido nunca útil a nadie. Y la segunda, que al margen del contenido del libro y de la ganancia de experiencia, creo que está muy bien escrito, que lo pasarán bien, que se divertirán y que tendrán una apropiada experiencia literaria.

¿Hubiera sido distinta la Revolución pasiva si hubiera ganado la República?

La República habría hecho una revolución activa, con elementos populares claros, primero de índole campesina en los territorios andaluces, aragoneses y gallegos; y segundo, de índole obrera, en las grandes ciudades y en los puertos. Por tanto, la República habría impulsado el mayor cambio de poder social de nuestra historia y el mayor desplazamiento de elites que habría conocido España. Eso, desde luego, bajo el supuesto de que hubiera logrado tres éxitos básicos: el primero, lograr la unidad de acción de socialistas, comunistas y anarquistas, sin la que habría sido imposible esa revolución activa desde el punto de vista social; el segundo, conseguir la unidad de acción de las elites burguesas y obreras castellanas, vascas, catalanas, gallegas, valencianas, etcétera, de tal manera que fuera posible poner en marcha un genuino poder constituyente que disolviera las ambivalencias y debilidades de la Constitución de 1931; y el tercero, y quizá el más importante, que hubiese logrado disminuir su dependencia de la URSS y hubiera conseguido alguna forma de aproximación a Gran Bretaña y a Estados Unidos, sin lo que la posición internacional de la República se habría tornado inviable. En realidad, podemos decir que la Revolución activa de la Segunda República no prosperó por no haber sabido superar estos tres escollos.

¿Fue muy importante crear el estado autonómico para poder evolucionar como país?

La Constitución de 1978 cerraba políticamente la Revolución pasiva de Franco con una democracia que legitimaba todas las estructuras económicas, jurídicas, militares, sociales y culturales realizadas por la Dictadura. El único punto que escapó a las previsiones fueron las reclamaciones nacionalistas. En realidad, en ellas residía la auténtica energía política de la oposición al régimen de Franco. Por eso, a las consignas de la oposición política dirigidas por el Partido Comunista de España, la Amnistía y la Libertad, hubo de sumarse la de los Estatutos de Autonomía. Esto fue apoyado por Juan Carlos y por Suárez en la medida en que se pretendió vincular a las instituciones republicanas de la Generalitat y al Gobierno Vasco en el exilio a la nueva vida democrática. La decisión del pueblo andaluz de ser considerado como una nacionalidad histórica transformó todo el panorama y obligó a una generalización cuasi federal de la realidad del Estado. Esto no estaba en el diseño original y creo que es el mayor logro de organización del Estado en toda su historia, el primer logro formativo, constructivo. De ahí que las fuerzas más vinculadas a la mirada del franquismo no votaran el título VIII ni se hayan sentido cómodas con su desarrollo constitucional, que va mucho más allá de la letra inicial de la Constitución. El que no se quiera hacer una reforma constitucional tiene como finalidad que este desarrollo político no se haga irreversible. Creo que VOX surge de este problema: limitar o anular el título VIII y revertir la forma del Estado autonómico a una descentralización administrativa, como era la previsión originaria.

¿Por qué dice que la revolución empezó a partir de 1960?

Porque con anterioridad al plan de estabilización de 1959, Franco no aceptó la nueva agenda de configurar un capitalismo español impulsado por el Estado, del que se derivarían las inevitables consecuencias sociales, religiosas, culturales y políticas. La cautela de Franco en este sentido fue intensa y proverbial. Desde 1952, por lo menos, se sabía que la autarquía era inviable. Sin embargo, Franco asoció la autarquía con su permanencia en el poder, pues no sabía cuál sería la consecuencia de algo inevitable a la configuración del capitalismo español: la dependencia de los capitales extranjeros. Franco temía que estos impusieran su relevo, lo que lo llevaría a una situación de segura persecución judicial. Así que tardó mucho en aceptar el plan de estabilización y cuando lo hizo expresó su angustia e inquietud, dado el peligro de que el malestar social fuera insoportable. Que después de veinte años de régimen la situación económica fuera lamentable, dejaba a Franco cerca del naufragio. Por eso, para aceptar el cambio de rumbo, impuso condiciones. La primera, que el capitalismo y la entrega a los capitales extranjeros no aumentara el malestar social; la segunda, que él no se iría bajo ningún concepto. De ahí que el capitalismo que surgió fuera precipitado, de empleo fácil, de poco valor añadido, de servicios turísticos y de construcción, y de gran dominación del capitalismo financiero. Al final, un Franco satisfecho pudo percibir que con el proceso capitalista que se iniciaba él era todavía más imprescindible para lograr que esa inmensa transformación se hiciera bajo protección autoritaria. Entonces se pudo presentar como “príncipe de la paz”, en 1964, dando por olvidada la guerra, pero no la victoria. 

¿Cómo de determinante fue el turismo en la parte de la historia que explica en el libro?

Como he dicho en la pregunta anterior, el capitalismo que se tuvo que implementar fue precipitado y apresurado, para que produjese efectos inmediatos en el empleo y aliviara el malestar social. Esto era necesario para que las masas de emigrantes pudieran formar los grandes núcleos de mercado interior, Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Pamplona, Coruña, Málaga, sin los que el aparato productivo no podría ser rentable. Allí, en esos núcleos urbanos, las masas de emigrantes, que dejaban despoblada la España rural, encontraron trabajo en el sector servicios, sobre todo en el turismo internacional, y en el sector de la construcción, para elevar sus propias viviendas y los hoteles. Sin embargo, no fue suficiente para dejar las regiones agrarias con el nivel de población adecuado. Por eso fue necesaria, al mismo tiempo, una emigración masiva a Europa. Todo sumado permitió que el régimen quedara aliviado. Por supuesto, había un déficit estructural de la balanza de pagos, que era enjugado por las inversiones extranjeras y por las divisas conjuntas del turismo y las remesas de emigrantes. Eso permitió que la inversión en bienes de equipo continuara y que el nivel expansivo del aparato productivo se centralizara en las grandes empresas estatales. De ahí las noticias triunfales que daba el régimen mes a mes del aumento de las reservas de divisas. En efecto, el régimen aceptó el plan de estabilización de 1959 porque estaba cerca del default. El índice del éxito de ese capitalismo apresurado fue desde entonces el nivel de reservas del Banco de España. El turismo fue determinante para sostener este proceso. 

¿Lo ayuda a interpretar el presente y el futuro de España tener una visión con la distancia del tiempo de la revolución pasiva de Franco?

Escupir sobre Franco es legítimo, pero sencillo. Creo que es más difícil comprender lo que hizo. Por lo general, con Franco nos sentimos indispuestos desde el punto de vista moral por la meticulosa destrucción del pueblo republicano, no solo física y políticamente, sino desde el punto de vista social y cultural, ámbitos que acogen sin duda los mayores logros de la Segunda República. El escándalo moral de que todavía no se hayan reconocido y dignificado a todos y a cada uno de los represaliados por el régimen de Franco, por supuesto nos llena de vergüenza, como el hecho de que no sean repudiados los métodos y los esquemas ideológicos del franquismo. Sin embargo, tenemos que explicarnos el hecho de que una buena parte de la población española no vea a la figura de Franco con estos ojos negativos. Eso tiene que ver con el hecho de que, en efecto, logró una revolución pasiva que sigue afectándonos aun cuando los efectos de la violencia del régimen nos parezcan tan lejanos. Por eso, debemos diferenciar entre la dimensión moral -que debería reunir a los españoles en percepciones colectivas que repudiaran la violencia, la destrucción, la persecución, la crueldad, el trato indigno a las víctimas, la vejación, el tachado de la memoria, todos los aspectos que conciernen a la dignidad de la persona y a los derechos humanos- y la dimensión de la revolución pasiva, que como proceso tuvo efectos constituyentes y generó un nuevo estrato histórico de nuestro Estado y de nuestros pueblos. Creo que es erróneo luchar contra este segundo aspecto mediante medios morales, porque aquí las percepciones no pueden ser unitarias ni convergentes. Los aspectos de la revolución pasiva de Franco, que nos conciernen hoy y que limitan la calidad democrática de nuestras instituciones de forma importante, se combaten con medios políticos y con procedimientos democráticos, no proyectando sobre ellos la indisposición moral que nos produce la forma en que se destruyó al pueblo republicano. Juzgar moralmente al franquismo es necesario porque ahí pueden crecer las percepciones colectivas unitarias. Juzgar moralmente la revolución pasiva de Franco es estéril, porque sus efectos constituyentes en el nivel jurídico, económico, cultural, social, religioso y político han quedado institucionalizados por la Constitución de 1978. Ello obliga a una actuación política a la que no se puede exigir el nivel de convergencia de las percepciones morales.

¿Cree que en el periodo franquista el Estado se podría haber desarrollado mucho más en democracia?

El Estado franquista sabía que la debilidad y la fragilidad de su revolución pasiva era que no podía cubrir el aspecto político. Podía ser una revolución económica, social, religiosa y cultural; incluso sindical, como realmente fue. Pero no podía ser política. Esto lo sabían todas las elites del régimen. Primero, por el rechazo visceral de Franco, que sólo permitía una política de adhesión a su persona; segundo, por la completa falta de credibilidad de la Falange y del Movimiento. Esto no preocupaba a Franco, que los utilizaba como muro de contención contra una politización, no como verdadera canalización de los humores políticos. Y tercero, porque las elites tradicionales sabían de su escasa popularidad, dado su estructura oligárquica. Así que el Régimen pronto se vio contrastado con su incapacidad de evolución política. En realidad, esa era la previsión, crear un pueblo apolítico y dócil, entregado al disfrute de la nueva riqueza que a pesar de todo el capitalismo apresurado traía, envidiable para todos los que tenían memoria de su antigua miseria. Por eso se dejó la política para una Transición, una palabra que surge de la propia estructura franquista y que Franco mismo aceptaba porque implicaba el reconocimiento de su excepcionalidad. Este fue el esquema de trabajo del Régimen de forma muy autoconsciente. Siempre esperó a que, llegado el momento, la docilidad del pueblo nuevo creado respondería con fiabilidad a una política de continuidad que no impugnara lo logrado en los veinte años de revolución pasiva. Y eso es lo que sucedió realmente.

¿Es ahora la ultraderecha la peor piedra en el zapato para una nueva revolución?

La ultraderecha es, como ya he dicho, reactiva respecto del problema no previsto por las elites más conscientes de liderar la revolución pasiva de Franco. Su punto de arranque es el intento de superación del Estado de las autonomías por el intento del independentismo catalán. Pero desea con claridad vincular ese movimiento con el anterior de autodeterminación del pueblo vasco apoyado por el terrorismo etarra y presentarse como la heredera de ¡Basta ya! y de otros movimientos de la lucha antiterrorista y de algunas asociaciones de víctimas. Pero no desea poner en peligro el resto de la Constitución porque es ciertamente el cierre de la revolución pasiva de Franco. Así que lo que pretende VOX es seguir la línea del liberalismo autoritario de la revolución pasiva franquista, pero perfeccionarla mediante la eliminación de lo únicamente imprevisto por aquellas elites, el título VIII y la erosión de toda política social que, en cierto modo, ya venía asentada en la etapa final del franquismo por su aspiración a mantener el rostro paternalista con el que          quería presentarse el viejo dictador. Esa es su agenda. Así que se trata de una interpretación más restrictiva de la revolución pasiva, pero no su impugnación. Podemos decir que es una interpretación de la revolución pasiva culminada en la Transición de 1978, pero sin nacionalidades y adecuada a los tiempos del neoliberalismo, que extrema las claves ordo-liberales con las que la revolución pasiva se hizo. En este caso, es el mayor obstáculo para un desarrollo ampliado de la Constitución del 78, para una reforma progresista de la Constitución, y esa es su funcionalidad expresa.

Xavier Borrell


LA REVOLUCION PASIVA DE FRANCO

José Luis Villacañas Berlanga

Nº de páginas: 504

Editorial: HARPERCOLLINS

Encuadernación: Tapa dura

ISBN: 9788491397311

Año de edición: 2022


 

 

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