Se aleja el eficiente Pere Cervantes de su zona de confort, la novela negra, esa que tantos bienes le ha dado, y lo hace para meterse en su última novela, por el momento, El chico de las bobinas. Lo hace con una historia ambientada en la Barcelona de posguerra. Yo no lo hubiera hecho. Creo que tenemos ya mucho escrito (y filmado) en este país sobre la guerra civil y sus dolorosísimas consecuencias. Tanto bueno como malo. Pero el mundo es de los valientes, que dijo alguien, y Pere está claro que es un tipo que no se echa atrás ante las dificultadas. Veremos si ha salido airoso.
El chico de las bobinas, antes de nada, es una visión enamorada y eternamente agradecida a la Barcelona de los años cuarenta. A toda España, por qué no. A la gente que salió adelante de la nada, cuando allí, y en el resto del país, no había nada más que miseria, miedo, enfermedad, frío y ganas de vivir. Es un homenaje también para los que, pese a sus esfuerzos, no fueron capaces de lograrlo. A sus gentes trabajadoras, hombres y mujeres, pero sobre todo a estas últimas. Mujeres que resistieron y supieron seguir avanzando cuando sus maridos (no todas los seguían teniendo después de la cruenta guerra y terrible represión) salían a buscar algún trabajo con el que llevar algo a casa para alimentar las bocas hambrientas de sus hijos. Mujeres que trataban también de aportar lo poco que podían a la economía familiar de la forma en que buenamente podían, haciendo lo que tuvieran que hacer, cualquier cosa, para lograrlo. A veces esos maridos ni siquiera llegaban a aportar todo lo que ganaban al final del día, perdidos en un marasmo de desesperación que preferían ahogar con unos chatos o unos pocos besos ajados al fondo de la barra de alguna oscura tasca.
Ellas estaban siempre allí. Haciendo lo imposible, arrancando esperanza y alimento del aire que respiraban. Un aire opresivo, cargado, siempre con la amenaza de las temibles fuerzas de seguridad del régimen, la temida y todopoderosa Brigada Político Social, encargada de reprimir toda oposición al franquismo valiéndose de todos los medios a su alcance.
Escribo estas líneas mientras me recupero del infausto Covid-19. He leído la novela en el hospital y ahora estoy en casa. Impresiona darse cuenta cómo son las mismas personas, las que vivieron y sufrieron todo el horror de la guerra y años posteriores, las que lucharon lo indecible para hacer de este país un lugar habitable, seguro, mejor, las que ahora se encuentran al final de sus días con este nuevo calvario que se los lleva por delante. La medicina de guerra no puede parar. Muchos de ellos no son atendidos para priorizar pacientes con mayor esperanza de salvación. Es absolutamente devastador. Uno se pregunta en qué hemos fallado cuando hemos de dejarlos a su suerte una vez más.
Aquellos que lucharon para que otros hayamos tenido una vida mejor y más fácil, se encuentran ahora con que se les exige un último sacrificio inaceptable. Pere Cervantes, obviamente, no sabía lo que iba a ocurrir a poco de aparecer El chico de las bobinas. De haber sido así, quizás hubiese optado por otro planteamiento, por otro final. Pero las circunstancias son las que son, y todos estos terribles acontecimientos al final demuestran el acierto que ha tenido llevando la historia del modo en que lo ha hecho, la clarividencia que muestra en las reflexiones que nos ofrece en las últimas páginas, de las que no diré nada aquí.
Se habrán dado cuenta ya de que esta es una novela de homenajes. A Barcelona, a sus mujeres. Nos falta algo aún. Es un enorme homenaje al mundo del cine; un entretenimiento que, sin duda, a más de uno dio esperanza, aunque fuese de semana en semana, mediante esa “gran mentira” que les transportaba a lugares lejanos y más felices, salvándoles por unas horas, las suficientes para coger fuerzas de nuevo, de momentos de zozobra como los que vemos en El chico de las bobinas.
Nil vive en Barcelona con su madre. Sobreviven, más bien, como todos los perdedores de aquella contienda absurda. Nil perdió un brazo en un bombardeo en el que murió su hermana pequeña. David Roig, su padre, no está con ellos. Actor de doblaje, hace años que se dedica a combatir el régimen y vive escondido en los Pirineos, así que son Nil, que recorre Barcelona en bicicleta llevando las bobinas de las películas a los distintos cines para que el espectáculo nunca se detenga, y su madre Soledad, aprovechando cualquier pequeño encargo que le pueda reportar unas pesetas, incluso aunque para ello tenga que ponerse en riesgo mediante el estraperlo, quienes llevan el peso de su vida.
Pere Cervantes ha sabido tratar el tema con un cariño y respeto exquisitos, aportando el punto justo de calor humano, de sensibilidad que, sin caer en la ñoñería, conduce la historia desde el inicio al final por el cauce que debe llevar. Solo en algunas ocasiones, y no soy un tipo que se asuste fácilmente con la lectura, la dureza de las acciones del inspector Valiente de la BPS me ha llevado a percibir un ligero exceso (por abundante) por parte de Cervantes en su afán por hacernos llegar la brutalidad imperante en la época. Es lo que había, no cabe duda, pero quizás algún lector pueda llegar a sentir demasiado en sus propias carnes los padecimientos de los protagonistas. En cualquier caso, eso también habla bien de la capacidad del autor para despertar en el lector las sensaciones que busca.
No se dejen asustar. La novela es magnífica, y yo un picajoso. Quizás si el autor no lo hubiese hecho así, hubiésemos echado en falta ese último punto que necesitaba el desenlace de la novela.
Como decía, yo no me hubiese metido. No es ni siquiera el tipo de lectura ante la que me hubiera detenido en el expositor de una librería. Quizás usted tampoco, pero si por casualidad anda perdido entre los estantes y un buen librero se la recomienda, hágale caso. Le aportará mucho. Más aún, y esto no deja de ser fruto de una desgraciada casualidad, con la que está cayendo.
Alberto Pasamontes
El chico de las bobinas
Pere Cervantes
Ediciones Destino
544 pag.
Fecha de publicación: 03/03/2020
ISBN: 978-84-233-5717-8
Colección: Áncora & Delfin
Buena para llevar a la pantalla. No era uno de sus sueños filmar una peli... Pues esta es la ocasión. La chica de las preguntas de la última fila. En Borruol
ResponElimina