Tuve la suerte de conocer a Juan Madrid en un encuentro que organizó en su honor la fantástica librería Estudio en Escarlata de Madrid. Parece mentira, siendo quien es el homenajeado, el escaso éxito que tuvo aquella iniciativa. Por supuesto, estaban los dos Juanes, Madrid y el librero, y cuatro personas más: Rafael Guerrero, Paco Gómez Escribano, otro tipo al que no conocía (y sigo sin conocer) de nada y un servidor. Un poco triste la cosa, ya digo. Pero supongo que aquella situación tuvo su lado bueno. Me explico: animado, sin duda, por la intimidad que daba el hecho de ser tan pocas personas, Juan Madrid se soltó y pasó la tarde contándonos historias y anécdotas con esa agilidad mental, gracia y mala leche que le son tan características. Así que, desde el punto de vista del negocio, a Juan, el librero, no le salieron las cuentas, pero a cambio, los que allí estábamos pasamos unas horas cojonudas. Cuando ya la reunión daba muestras de agotamiento, nuestro anfitrión se metió en la trastienda y salió con dos botellas de un whisky llamado Southern Comfort, no se me olvidará el nombre, que al parecer es muy de su gusto. Ninguno de los allí presentes, excepto él, lo habíamos probado, y nos sirvió unos vasitos y brindamos y los bebimos de un trago. Resulta que es un licor aterciopelado, suave, dulzón, no desagradable, pero sí sorprendente. Sobre todo, dulzón. Quizás lo más opuesto a lo que esperas de un whisky. A ver, que yo no lo pediría si lo veo en un bar. Todavía estábamos todos paladeando el mejunje, sin saber qué decir para no ofender a nuestro querido librero, cuando Juan Madrid suelta, con toda su alma:
«Pero, ¿quién coño le ha echado colonia al whisky?»
Y les juro que no había definición más acertada y sentida que esa. Carcajadas varias, alegría, bah, no está tan mal, qué leches, sirve otra ronda. Creo recordar que no llegamos a abrir la segunda botella, pero como digo, el brebaje no era desagradable y sirvió para alargar la cosa un rato más. Luego fuimos a cenar, creo recordar que Guerrero, nuestro detective gourmet, se empeñó en invitar, y ya bastante tarde nos fuimos cada uno a nuestro nido. Yo pillé un cochecito eléctrico de esos que alquilas por minutos, y llevé a Juan Madrid al piso donde para cuando está en Madrid, pues no queda lejos de mi domicilio. Esto debió ser, si mal no recuerdo, a finales de 2015 o principios de 2016. Seguro que era invierno, hacía un frío del carajo.
Se preguntarán ustedes, con todo su derecho, ¿pero por qué este plasta me está contando todo esto?
Pues porque, como él mismo cuenta al final de Gloria bendita, en un epílogo que no es tal, Juan sufrió un ictus a finales de 2016, poco después de terminar su novela Perros que duermen. Recuerdo recibir la noticia con tristeza y preocupación. Cuando has leído con tanto entusiasmo a un autor, la parte de su ser que ha volcado en sus letras empieza a formar parte de ti, y si además has tenido la suerte de compartir unos chupitos de Sothern Comfort con él, hay noticias que te afectan. Afortunadamente, Juan es un tío duro y superó la crisis. Perros que duermen retrasó su publicación hasta que estuvo en condiciones de presentarla al público, y en 2019 comenzó a escribir Gloria bendita.
En este tiempo, he coincidido un par de veces con él. En la Feria del libro de Madrid de 2018, quizás su primera aparición después del susto, donde le pregunté si se acordaba de mí (no, y pude leer en sus ojos que lo sentía de veras) y le conté de qué nos conocíamos, y más tarde en el magnífico festival Black Mountain Bossost de 2019, organizado por mis queridos Lluna Vicens y José Luis Muñoz, donde nos regaló una interesantísima charla a todos los asistentes, demostrándonos que estaba de vuelta. Aun así, uno no puede evitar preguntarse hasta qué punto se encuentra recuperado, qué secuelas le habrán quedado. Pero entonces lees su última novela y la preocupación se desvanece, porque en Gloria bendita, Juan Madrid lo ha vuelto a hacer.
Con su lucidez de siempre, el autor construye una novela en la que el lector encuentra todo lo que debe haber en una buena novela negra. Ya saben, sordidez, crítica social, algún que otro fiambre… Y en este caso, además, se mete de lleno en la situación política del país. Con esa mala leche tan característica tan suya que comentaba antes, dotada de un agudo sentido del humor unas veces y de una honda amargura otras, con la que ha dotado a toda su obra desde las primeras novelas protagonizadas por Toni Romano hasta hoy, arremete con valentía contra las cloacas del estado, contra las corruptelas a todos los niveles, políticos, empresariales, policiales, contra los máximos representantes de nuestra democracia, contra la creciente desigualdad social, contra todos los que deberían trabajar en interés del bien común y, sin embargo, han traicionado la confianza de los ciudadanos. Todo bajo el prisma de tres mujeres de distintas generaciones, que viven y sufren las decisiones de aquellos que deberían velar por sus intereses, que deberían procurarles bienestar y prosperidad. O intentarlo, al menos. No queda sitio para el perdón en las páginas de Gloria bendita, porque no lo merecen aquellos que abusan de la confianza y las esperanzas que sus semejantes han depositado en sus manos, urnas mediante.
También dice en ese epílogo Juan Madrid que «los conflictos que conforman un relato pueden ser el asombro de un escritor horrorizado ante la situación política y social de su país». El maestro parece poseer una bola de cristal, pues los últimos escándalos que han salido a la luz en los últimos tiempos, obviamente después de la escritura de la novela, protagonizados por buena parte de la clase dirigente de España, le dan la razón. El lector no puede dejar de asombrarse al comprobar la precisión con la que Madrid apunta y dispara, y no yerra el tiro ni queriendo. No es su intención, desde luego, errar. Nunca ha sido hombre de morderse la boca, y a estas alturas mucho menos. Si le quedaba algo por decir, se ha despachado a gusto. Seguro que hoy duerme mejor que ayer.
Por cierto (y esto que voy a contar ahora no tiene nada que ver con Gloria Bendita, pero no me puedo aguantar), aquel acto con el que empezaba esta reseña ocurrió en la ubicación original de Estudio en Escarlata, en la esquina de las calles Fernández de los Ríos con Guzmán el Bueno. La librería se vio obligada a cambiar de sitio hace uno o dos años. No muy lejos, al 52 de Andrés Mellado. ¿Que por qué? Pues porque al casero le dio uno de esos ataques que les han dado a los propietarios de numerosos locales comerciales, también viviendas, y de un día para otro subió el precio del alquiler a un nivel que hacía que la librería ya no fuera rentable. Es algo que no me explico: tienes un inquilino desde hace años, serio, que no monta follones, que paga puntualmente, y tú le echas por ganar un poco más. En fin, supongo que cada uno maneja sus asuntos como mejor le parece. Y si ganas cien, quieres ganar doscientos, lógico. Pero el caso es que, desde que la librería se mudó, el local permanece vacío y cerrado, generando gastos al propietario (comunidad, IBI, esas cosillas), y ningún ingreso. ¿Y saben qué? Que me alegro.
Ya está, ya lo he dicho.
Alberto Pasamontes
Gloria bendita
Juan Madrid
Alianza Editorial
Año 2020
Nº de páginas: 328
ISBN: 9788413621197
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