Romy Hausmann se ha convertido con Mi dulce niña en una de las sensaciones en Alemania, país natal de su autora, durante el aciago y recién terminado año 2020. Basada en los secuestros de Natascha Kampusch y Elisabeth Fritzl, (ustedes seguramente los recordarán), que salieron a la luz en 2006 y 2008 y tuvieron lugar en dos localidades austriacas a apenas un par de horas de distancia, Mi dulce niña es una historia opresiva y dura, más cerca del thriller que de la novela negra sin dejar de lado la faceta más comercial, tratada de un modo muy inteligente.
La novela comienza con un recorte de prensa que informa de la desaparición de Lena Beck, una joven estudiante, cuando regresa a casa de una fiesta. Acto seguido un breve capítulo, apenas una página, en la que se nos presenta el horror en el que la joven se encuentra sumergida desde su propio punto de vista, enclaustrada en una cabaña en una zona boscosa fronteriza y poco accesible entre Alemania y Polonia. Y ya, sin más preámbulo, la noche de su huida, la liberación, el final de la pesadilla, al menos en apariencia.
Estructurada en breves capítulos narrados a través de los diferentes personajes, durante la primera parte del libro somos testigos del terror agobiante y lleno de desesperanza del secuestro. Un cautiverio que, como en los casos de Kampusch y Fritzl, se alarga durante varios años y en el que, al igual que en ellos, secuestrador y víctima comparten una relación enfermiza en la que la locura, el odio, la sumisión y el miedo se mezclan y retroalimentan continuamente.
Una vez que Lena Beck consigue escapar, la autora abre una segunda vía que nos muestra las secuelas psicológicas que el secuestro ha grabado a fuego en la víctima. Decía en un párrafo anterior que el final de la pesadilla llega con la liberación, pero Hausmann se encarga de hacer ver al lector que no es así, que a la joven secuestrada aún le quedan muchas batallas que ganar. Y lo hará con sufrimiento, no solo para ella, sino para dos niños con los que comparte espacio en la cabaña que, como Lena, tienen prohibido abandonar en ningún momento. Los niños, por supuesto, son hijos del secuestrador y su víctima, y para ellos no existe nada fuera de ese espacio minúsculo y en permanente penumbra.
“Para Hannah y el niño, la cabaña había sido la normalidad, su normalidad. Y nadie suele cuestionarse nunca su propia normalidad”
La paranoia, el miedo, la sensación de estar volviéndose loca, el bloqueo mental que lleva a la protagonista a realizar acciones en contra de sí misma, que la perjudican, que nadie en su sano juicio llevaría a cabo, son una constante en esta segunda parte. La víctima busca respuestas, una explicación no ya de las razones del secuestro, no ya de la locura de su raptor (al fin y al cabo, solo un demente puede hacer algo semejante, y solo ellos comprenden sus propios devaneos ¿no es así?), sino de los pensamientos propios, de las dudas y los sentimientos, contradictorios en ocasiones, que la asaltan y no le permiten retomar su vida de forma normal.
Hay también un recado a los medios de comunicación, en el modo en el que afrontan este tipo de sucesos. Tras ese breve recorte que se nos presenta en la primera página, una noticia con escaso interés que merece un espacio minúsculo en el periódico, asistimos a la posterior evolución del suceso, a cómo se deja de lado la información objetiva y rigurosa y se abona el sensacionalismo más repugnante e interesado, en el que incluso se llegan a inventar detalles escabrosos, cuanto más, mejor.
Y otro zasca para la sociedad en general, personalizada a través de la policía, de una mujer policía, para más inri, que se supone que ante un caso de abuso sexual tendrá algo más de empatía con la víctima que un hombre, pero que a la hora de la verdad se deja llevar por sus prejuicios, por los de todos, y acaba por preguntar “¿Le dijo que no?”, cuatro palabras demoledoras que retratan la sociedad en la que vivimos, de la que formamos parte. Una sociedad en la que todos tenemos parte de culpa y de mérito en lo malo y en lo bueno. Una sociedad que produce monstruos y atrocidades como las que se describen en Mi dulce niña.
Alberto Pasamontes
Mi dulce niña
Romy Hausmann
Traductor:Laura Manero Jiménez
Alianza de novelas
Año 2021
Formato Papel:
ISBN: 978-84-9181-807-6
352 páginas
Formato ePub:
ISBN: 978-84-9181-808-3
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