¿De verdad queda alguien que no
sepa quién es Petros Márkaris? Alguien que no haya estado en coma los últimos
quince años, digo.
Vale, está bien. Intentaré explicarlo
desde el principio. Por si ha tenido usted algún problema médico o,
simplemente, es de los que prefieren las historias de reinos y dragones, o tal
vez de acaudalados y sádicos amantes.
Petros Márkaris nació en Estambul
solo cuatros después del final del Imperio otomano. Aunque ya ha llovido, esto
no es tan antiguo como parece. Por la península ibérica hacía un año que la
había liado parda un general gallego cuyo sable arrastraba por el suelo debido
a su corta estatura, con la consiguiente rechifla de sus compañeros de
promoción. Les ahorro las cuentas. Ochenta y dos años. De padre armenio y madre
griega, se estableció en Atenas en los años cincuenta, pero no obtuvo la
nacionalidad hasta el final de la Dictadura de los Coroneles, en 1974. Quizás
la situación sociopolítica que le tocó vivir en su juventud le incrustó ideas
de izquierdas y una acusada conciencia social. Amable, educado y de carácter
afable, tras sus gafas, su pipa y la pinta de sabio despistado que le otorga su
ralo cabello blanco, se esconde una inteligencia aguda e incisiva. Ha sido
guionista de cine y televisión, pero sin duda la fama mundial le llegó gracias
a la serie del comisario Kostas Jaritos, un hombre sencillo y trabajador que
solo quiere disfrutar de su casa, sus suvlakis y su familia (lo más importante
en su vida, cuya historia se desarrolla a lo largo de las novelas) una vez que
resuelve el caso que tiene entre manos. Hombre de costumbres, cada mañana compra
un café y un cruasán en la cafetería de la comisaría para tomárselos
tranquilamente en su despacho. Rara vez lo consigue, pues siempre surge algún
imprevisto que le estropea el momento.
No recuerdo con exactitud si esto
lo he leído en alguna entrevista hace la tira de años, allá por los inicios de
esta eterna crisis económica, o es el propio comisario Jaritos el que lo cuenta
en una de sus apariciones, pero el caso es que, ya que no hay coches griegos,
el comisario conduce un viejo Seat por las calles eternamente atascadas de
Atenas, un Seat que se compró en solidaridad con los españoles para echarles
una mano económicamente, ya que andan siempre tan jodidos como los helenos y
entre iguales hay que ayudarse. La anécdota sirve para que el lector se haga
una idea de por dónde van los tiros con Márkaris. Como al propio Jaritos, le
cabrean las injusticias sociales y se siente solidario con los que menos
tienen. Y ahí, siempre ahí, está la clave de sus novelas. En la crítica y la
denuncia social, que imponen su presencia por encima de la propia resolución
del caso que se plantea (siempre bien armado y resuelto con eficacia, como no
podía ser menos), que hacen que Márkaris sea, posiblemente, uno de los autores
más comprometidos de la actualidad.
En Universidad para asesinos
(¿pensaban ya que me había olvidado de la novela que nos atañe?), el comisario regresa a la rutina después de unas merecidas
vacaciones en el Épido, la tierra natal de su esposa Adrianí, para encontrarse
con que su superior jerárquico se jubila. La plaza quedará de momento vacante,
y el ya ex director propone a Kostas Jaritos para ocupar el cargo de manera
interina, con la esperanza de que acabe siendo él el elegido. Apenas ha tenido
Jaritos tiempo para pegarle un tiento al primer cruasán en su nuevo despacho
cuando un ministro, antiguo profesor universitario de Derecho, es hallado
muerto en su piso; al parecer, ha ingerido una tarta envenenada entregada por
un desconocido. El ministro tenía muchas virtudes, pero también algún defecto,
entre otros su pasión por los dulces. Y las investigaciones parecen conducir al
mundo universitario, más que al político.
La crítica que, como ya
he dicho, siempre aparece en sus novelas y que ha tocado temas tan dispares
como la crisis bancaria o el periodismo, por citar solo dos de ellos desde que
apareció la primera de la serie Jaritos Noticias
de la noche (1995), se dirige en este caso hacia la degradación que en los
últimos años ha sufrido el sistema universitario griego, hacia la pérdida de
los valores propios del aprendizaje, la investigación y la enseñanza. También
hacia el reconocimiento insustancial, fácil y efímero de la sociedad
“conectada”.
Las personas eruditas son gente de biblioteca, de estudio y de
trabajo científico. Los intelectuales son especialistas en todo y expertos en
nada. Los eruditos tienen conocimientos, los intelectuales tienen opiniones y
les gusta publicitarlas a la menor oportunidad.
El comisario deberá
lidiar con el corporativismo de los profesores y la hostilidad manifiesta que
los estudiantes sienten hacia la policía. En el centro de la diana, el sistema
clientelar, las puertas giratorias que utilizan algunos para meterse en
política, y normalmente forrarse, mientras mantienen sus puestos docentes e
impiden que otros cubran las vacantes, causando importantes problemas a nivel
organizativo dentro de la estructura universitaria. En muchas ocasiones a lo
largo de la novela, y esto me ha pasado casi siempre que he leído a este autor,
he tenido la sensación de que estábamos hablando de España y que Jaritos
trabaja en alguna comisaría del centro de Madrid. Nos parecemos bastante, según
parece. Normal que su personaje se compre un Seat, que Márkaris se sienta a
gusto cuando viene por estos lares y sienta aprecio por nosotros. Al fin y al
cabo, con los mismos problemas enquistados desde hace años, debe sentirse como
en casa.
Vuelvo al principio. Si
ha estado usted en coma los últimos tres lustros, no pierda más tiempo y coja
una novela de Márkaris. Esta Universidad
para asesinos o cualquier otra. Le prometo que no le defraudará.
Alberto Pasamontes
UNIVERSIDAD PARA ASESINOS / UNIVERSITAT PER A ASSASSINS
PETROS MÁRKARIS
TUSQUETS
2019
Número de páginas: 336
ISBN 9788490666722
PETROS MÁRKARIS
TUSQUETS
2019
Número de páginas: 336
ISBN 9788490666722
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