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dimecres, 10 de juny del 2015

Entrevista a Francisco José Jurado autor de 'SIN EPITAFIO'



En "Sin epitafio" (Algaida, 2015), Fco. José Jurado recupera al íntegro y astuto inspector Benegas. 

¿Qué puedes decirnos de él? ¿Cómo ha evolucionado el protagonista desde la aparición de Benegas?

Bueno, podría deciros que Benegas es, básicamente, un tipo "normal", como la mayoría de nosotros (y todo lo entrecomillado que queráis la palabra normal), lo admito. Benegas es un buen profesional, metódico, cabal y - eso sí que me gustaría destacarlo -, dotado de un enorme sentido común y de un gran conocimiento del ser humano, lo cual lleva a sus investigaciones.

Es decir, que no he creado un superhéroe capaz de resolver los misterios del universo en apenas un parpadeo (eso no existe en la Policía española ni en la realidad, más allá de en la neurona loca de algún guionista yanqui) sino a un hombre sencillo, amigo de sus amigos – casi todos ellos también policías, básicamente sus subordinados -, con quienes se toma unas  cañas al concluir la jornada laboral y en los cuales delega parte de la investigación de los dos crímenes, ya que una persona no puede controlarlo todo. O, sea, lo que ocurre en todos los trabajos. Más o menos.

En resumen, que me gusta mucho cuando la crítica dice que Benegas es un  inspector que duerme poco y come mal cuando tiene un caso entre manos, máxime un doble caso como el de "Sin Epitafio", un crimen que hunde sus raíces en la Edad Media. Benegas es un ser humano corriente, un tipo de carne, hueso, esperanzas y contradicciones, sólo que vive en una novela. Un hombre con sus quebraderos de cabeza y dificultades de conciliación familiar, pero sin grandes traumas del pasado que lo atormenten. Uno de esos personajes creíbles y sinceros que te llevan por la Judería de Córdoba con absoluta normalidad, entre interrogatorio e interrogatorio.

Digamos que ese es Benegas.

Junto al inspector Benegas encontramos un equipo diverso y eficaz que colabora en las diversas fases de la investigación. ¿Puedes señalar las características principales de sus miembros?

Claro, ¡faltaría más! Os los presento:

En primer lugar está su mano derecha, el subinspector Vázquez, un galego de Ourense seguidor de la teoría del caos como forma de estar en el mundo pero que, en realidad, de mayor querría ser como Benegas. Rápido de neuronas y de formación matemática, su fondo de armario intelectual se basa en la aplicación de la lógica a cada caso concreto, con lo cual ya tiene bastante terreno ganado sobre el resto de los mortales. El inspector lo aprecia sinceramente, entre otras cosas porque - a lo largo de varios años juntos -, siempre le ha demostrado ser uno de esos tipos que saben defender la posición encomendada, por difícil que ésta fuese y por bien pertrechados que estuvieran los enemigos al acecho. Vázquez es, en definitiva, un valor seguro, un profesional fiable para aquello que el jefe necesite.

Y te voy a confesar un secreto que me ha dicho Benegas: a veces, ¿a quién no le pasa esto?, en los escasos ratos libres que el inspector tiene para ponerse melancólico, le recuerda a sí mismo de joven. Pero mejor, más pulido, más hecho para su edad, sin tantas tonterías ni pajaritos en la cabeza como las que a él le rondaban en aquellos años. También es cierto que eran otros años, los setenta para ser exactos, y ahora en la Academia te enseñan a resolver los casos dignamente, a tratar a la gente de usted y punto.

Luego está Marita, o sea Margarita Céspedes.

Es la única mujer de la Brigada. Sevillana de madre suiza, o austríaca – en realidad Benegas nunca tuvo muy claro por dónde caía el lander -, es una subinspectora sistemática y disciplinada. Acaba de cumplir los veintitantos largos. Más o menos los años que el inspector lleva al pie del cañón. Largas y esbeltas son también sus piernas, invariablemente enfundadas en tejanos desgastados a la piedra. Y de ahí para arriba también cumple sobradamente todos los requisitos para que hasta el último de sus compañeros masculinos de la Comisaría la compare con el artilugio bélico ante el cual Benegas llevaba la pila de años aguantando mecha. Vamos, que está muy buenorra, hablando en plata (quemada, que diría Piglia).

Sin su capacidad organizativa, bien lo sabía el inspector jefe, todo el trabajo administrativo sería imposible de llevar a cabo. Además, esa eficacia teutónica que le aflora en unos ojos inconcebiblemente azules la lleva a las investigaciones, y si a ello unimos una cierta intuición, que al subinspector Vázquez le molestaba reconocer y denominaba con cierto retintín «pálpito uterino», es fácil responder por qué muchos de los últimos casos resueltos lo han sido a partir de alguna decisiva intervención suya, a veces sólo un mero apunte.

Otro secretillo os voy a contar: Benegas no acierta a responderse si lo que el gallego Vázquez siente por Margarita es sólo admiración y cariño profesional o algo más. Ni tampoco sabe cómo llamar al afecto multiplicado que Marita le devuelve. ¡Uy, uy, uy…; que aquí puede haber tomate!

Otro subinspector es Pepe Sampedro, el último en incorporarse a la Brigada. El nuevo, el novato, el chico para todo en Homicidios. Sin destetar todavía de la Academia, es tal vez el más cortito de sus subinspectores, piensa Benegas del tímido y delgadísimo agente, aunque también es verdad que uno aprende conforme esquiva los tiros y encaja los palos que le va pegando la vida. Y lo cierto es que Sampedro es de los que aprenden rápido, un buen material que aún hay que pulir. El inspector jefe tiene el firme propósito de darle más responsabilidad en próximos casos y pasar más tiempo con él, aunque en "Sin Epitafio" es Sampedro quien lleva el peso de una de las subtramas y sus pesquisas van a resultar capitales para la resolución del crimen.

Y finalmente nos queda «Maqueijan». En realidad, nadie recordaba cómo se llamaba Maqueijan. Pasaba un poco como con él, con Benegas, pues salvo su madre - y en diminutivo además, lo cual lo hacía aún más ridículo - nadie lo llamaba por su nombre de pila desde hacía más de treinta años.

A Maqueijan todo el mundo lo llamaba así por Zebulón McAhan, aquél personaje legendario de «La Conquista del Oeste», famosa serie de vaqueros que echaron por TV hace treinta años y que hizo que a todos los tipos altos y desgarbados del país se les llamase «maqueijan» durante un tiempo. Pues bien, a este se le había quedado el mote para siempre. Además, era clavado en los andares al mítico Zebulón, demasiado bamboleantes, escorando a babor y estribor continuamente, como un gorila incómodo porque le hubiesen afeitado las ingles. Maqueijan mide uno noventa y tantos y es el todoterreno de la Brigada: si había que ser sagaz, lo era, aunque tampoco hay que pasarse, y si había que dar un par de hostias, las daba. También sirve como paño de lágrimas, porque no es muy locuaz el hombre y te deja largar carrete.      

Esta es, en definitiva, la gente de Benegas. Estos son los mimbres con los que cuenta el inspector Benegas para ir haciendo su trabajo. Para ir haciendo, poco a poco, su vida.

En Sin epitafio la ciudad de Córdoba alcanza verdadero protagonismo de forma que la trama está estrechamente vinculada a la ciudad. ¿Qué características posee Córdoba como escenario criminal?

Es cierto que la ciudad de Córdoba es un escenario fundamental para entender la trama y el desarrollo de la novela. Es el continente de los dos crímenes, pero también lo que explica en gran medida el contenido; el por qué de esas muertes atroces, el modus operandi, los móviles para perpetrar esos horrendos asesinatos con los que comienza la novela. Ya sea en la Córdoba del siglo XXI, la actual, que es donde aparecen las dos víctimas; ya sea en la Córdoba de la Reconquista, pues en esos dos ejes se mueve la intriga y la acción; una parte en la actualidad, y otra en la Edad Media.

Es más, desde el punto de vista estructural, los capítulos impares narran la enrevesada investigación de Benegas, y los capítulos pares cuentan la Historia de la Reconquista de Córdoba y de las órdenes militares que ayudaron a Fernando III el Santo, el rey de Castilla, entre ellas el Temple, y cómo unos hechos truculentos que en esos días acaecieron se convierten en ese móvil y ese modus operandi de los asesinatos que antes te comentaba.
 
Respecto a tu pregunta concreta, cuando en 2009 publiqué mi primera novela ("Benegas", Almuzara, 2009) y la gente de toda España me decía que, en un principio, Córdoba no parece ser un escenario de novela negra, yo siempre les respondía con el siguiente argumento: «Mira, Córdoba ha sido la última gran capital de Occidente con un Ayuntamiento comunista; pero al mismo tiempo, el poder económico y financiero estaba en manos de la más ultramontana Iglesia católica a través de la defenestrada Cajasur (y ambos se entendían muy bien, ¡ojo!, comunistas  y los curas); a ello hay que sumarle que nos afectó de lleno el "pelotazo inmobiliario", la crisis y la corrupción, pues varias de las principales empresas de la provincia se dedicaban al ladrillo. Y además, por si todo eso no bastara, estamos a ciento y pico kilómetros de la Costa del sol – y con una carreteras estupendas -, donde se asentaron varias mafias de Centroeuropa y Latinoamérica».

Al final, la gente me decía: «¡Ostras, tío; pues, pensándolo bien, sí que es una ciudad de novela negra!».

En la novela se advierte la intención manifiesta de su autor de arrancar una sonrisa al lector. ¿Crees que el humor es compatible con la novela criminal?

Sí, sí, por supuesto. Bueno, yo creo que el humor es compatible con todo en esta vida. De hecho, a veces es el único asidero para explicarnos - o para soportar - este marasmo que denominamos "vida". Y me alegra que haya lectores y críticos que me han dicho que hay páginas memorables en la novela con las que se han reído muchísimo.

Dicho lo cual, y por lo que a la novela negra en general respecta, creo que el humor, en sus distintas variantes, dígase la fina ironía, el sarcasmo, la sonrisa inteligente…, está muy presente en la novela negra mediterránea, a la que me gusta adscribirme. Pienso, por ejemplo, en Andrea Camilleri o en Vázquez Montalbán.

Ahora bien, el humor de Benegas está dosificado y tamizado por esa ironía sarcástica con la que el inspector contempla el mundo (en eso se me parece bastante), y ello por una razón. Verás, yo soy andaluz. Y los andaluces cargamos con un sambenito eterno, desde la noche de los tiempos: el de ser "graciosillos". Es el maldito topicazo y cliché español. Es como si todos fuésemos los hermanos Álvarez Quintero, cuando también fueron andaluces los muy sesudos y serios Góngora, Aleixandre, Luis Cernuda o Lorca – que tiene una vertiente popular y otra muy honda y muy profunda -.

Lo que quiero decir es que si un autor catalán, madrileño, cántabro o asturiano utilizan el humor, pues los lectores dicen que es un tipo irónico e inteligente. Pero cuando lo hace un andaluz…, piensan que es el típico gracioso. Por eso los andaluces nos tentamos varias veces las vestiduras y diluimos mucho el sentido del humor en nuestros textos. Ahora bien, eso te obliga a ser muy puntilloso y a trabajar más cada párrafo o cada diálogo; eso también es verdad.

La novela recoge una historia paralela, relacionada con la Orden del Temple, que data de principios del siglo XIV y que se halla vinculada, a través del tiempo, al doble asesinato que Benegas debe investigar. ¿Puedes hablarnos brevemente de Jacques de Molay?

Más que una historia paralela medieval, se trata de una subtrama que yo utilizo para ridiculizar las novelitas de intriga, esas de Templarios, jeroglíficos y enigmas a tutti-plén.

Pero, antes de contestar tu pregunta, quizás debiera hacer una pequeña sinopsis de la novela.
 En  "Sin epitafio" aparecen dos cadáveres en Córdoba en un lapso de tiempo muy corto, apenas una semana. El primero lo encuentran en un coche ardiendo (como podéis ver en la portada), decapitado y con las huellas dactilares borradas. Se trata de un varón, joven, un chulo macarra de los bajos fondos. Presenta un corte en forma de L en todo el torso, como el movimiento del caballo de ajedrez, con evisceración de algunos órganos.

A los siete días aparece un segundo cadáver. Social y culturalmente hablando, es diametralmente opuesto al anterior. Se trata de una mujer de la alta burguesía, una niña pija de toda la vida de Dios. En principio no hay relación entre ellos, salvo que éste cadáver también presenta un horrible tajo en forma de L en el torso. También con evisceración. Diríase un ritual.

Ante ese panorama, todo el mundo piensa en un ajuste de cuenta sde los cárteles del narcotráfico. Pero Benegas sabe que Córdoba no es Sinaloa (título del capítulo I), así que empieza a indagar sobre las dos víctimas.

Llega a una conclusión para él muy lógica: ambas víctimas están relacionadas y los dos crímenes están relacionados con esos hechos que ocurrieron en la Edad Media en la ciudad de Córdoba en 1236.

A partir de ahí la novela pivota sobre dos ejes, como ya te he comentado: unos capítulos narran la investigación (impares) y otros la subtrama medieval. Pero, pero, perooo…, yo utilizo esa subtrama como un juego metaliterario; o sea, un juego de espejos. De hecho, es un personaje de la propia novela quien escribe esos capítulos y no yo – convirtiendo al lector en un personaje y saltando ese personaje a la realidad, vampirizando la voz narradora; pues nos cuenta qué es lo que realmente está ocurriendo -. Es algo que ya hice en mi anterior novela, en el relato titulado "Quién mató a Frankie Jurado". Es como si la realidad y la ficción se mezclaran y se dieran la mano. Digamos que es un recurso muy cervantino con el que intento satirizar ese tipo de novelitas que tan de moda se pusieron hace unos años; el "Nombre de la Rosa " y toda esa parafernalia.

Y contestando a tu pregunta concreta sobre Jacques de Molay, te diré que fue el último Gran Maestre del Temple. Lo quemaron en París el 18 de marzo de 131

Se trataba del hombre equivocado para el momento más equivocado posible. Y esas cosas se pagan.

Me explico: Tras perder Tierra Santa por completo, el resto de órdenes de Caballería comprendieron que había llegado el momento de la diplomacia y la política (por ejemplo, los Hospitalarios de San Juán compraron la isla de Rodas y la convirtieron en su sede), de pasar a un segundo plano. Pero Jacques de Molay era un guerrero sin mano izquierda. Los Templarios eligieron mal a su jefe para aquellos años tan convulsos en los que todo el mundo acechaba su patrimonio. No comprendió la llegada de nuevos tiempos y se enfrentó con candor al Papado y al rey de Francia. Y lo ejecutaron, claro. A él y a toda la orden.

Empar Fernández

SIN EPITAFIO
FRANCISCO JOSE JURADO
ALGAIDA
AÑO 2015
ISBN 9788490671870
DATOS DEL LIBRO
Nº de páginas: 416 págs.


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