Marquitos Laguna se ha retirado del oficio. Ahora prefiere cuidar su huerto y recoger los huevos de sus gallinas. Antes, en otra época, Marquitos era un justiciero parco en palabras, un matador criptozoológico en la abundante isla de Simetría, un muro de dos metros de hostias enfundado en el guante de un hombre en traje negro. Pero ya no, sus noches más oscuras quedaron atrás. O al menos eso creía hasta hace unas horas. Porque hace nada, las gallinas viejas, esas que nunca sacrifica sabe Dios por qué, han comenzado a revolotear de aquí para allá, dejándolo todo lleno de plumas. La tierra de ese huerto que ahora se dedica a cuidar, ha empezado a retemblar. La carne putrefacta de toda una vida en negro se afana por abrirse paso a base de dentelladas y uñas rotas. Y Marquitos, un muro de dos metros de amor venido a menos, se teme lo peor:
Que regresen sus noches más oscuras. Que se le atragante el olor de una Magnolia.
O que haya llegado la hora de volver a sacrificar.
El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas es una historia de realismo bizarro, de una isla que alberga toda la inmundicia humana, de fantasmas del pasado que regresan a golpe de vaso de güisqui sobre la barra de un bar. De vampiras imaginarias, de zombis mentales que acompañan a su protagonista y de un ente vengativo que pretende culminar una obra maestra del asesinato:
La Magnolia Azul.
Empezar a hablar de Darío Vilas y esta novela después de haberla leído se hace difícil. El lector pasa por una serie de crudezas e indigestiones que en parte supone un alivio desprenderse de la piel de Simetría y dejar que los poros recobren su oxígeno. Ya hay quien ha definido esta obra como de «realismo bizarro» y, hasta que no la lees, no terminas de apreciar los matices y las connotaciones de esta etiqueta, muy acertada por cierto. Darío Vilas está llegando, creo que ya lo dije en la reseña de Lantana, a una madurez exquisita. Su escritura está adquiriendo tonos embriagadores, sutiles e hirientes al tiempo. Es difícil describir esa mezcla de dureza y dulzura, de acritud y melosidad que pugnan por ganar terreno y al final acaban descubriéndose como una misma cosa. Me gusta. Sí, me gusta como escribe Darío. Cada vez más. Se nota esa evolución, esa precisión al decir lo que quiere decir y saber cómo hacerlo. Da los pasos justos hacia el objetivo y se nos muestra una historia que podría asemejarse a un puzzle pero no lo es. Más bien es como la historia que se esconde en la base de ese puzzle, que va desvelándose en un dibujo perfecto al fondo mientras se van retirando las piezas una a una. Desmontando lo montado.
Darío se recrea en la personalidad del personaje principal, Marcos Laguna, y lo hace profundo y complejo, muy complejo. Y se ocupa, además, de no dejar en él fisuras más que las propias de su tendencia a la locura y el sadismo. Posee un lenguaje certero y es por eso que no es esta una novela para almas sensibles, ya que goza de escenas con altas dosis de crueldad y dureza visual, ¡porque se ve! El autor consigue que sus imágenes se trasladen a tu cabeza. Y eso no siempre es bueno. Es carne de pesadillas. Además, para sus seguidores, verán que hay escenarios y personajes que ya aparecieron en obras anteriores suyas. Además de Marquitos, también están Gertrudis y Maripili, la isla de Simetría como escenario principal y, cómo no, un acertado y magistral guiño hacia su obra de género Z que ya va por su secuela y amenaza con una tercera parte. Es esta una de esas novelas que se te clava, que duele a veces, y que reconforta otras. Yo no quisiera pasar mis vacaciones en Simetría. Ni conocer a Marquitos. Me ha estremecido y es propio que alabe por ello la labor de su autor.
Víctor Morata Cortado
El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas
Autor: Darío Vilas
Editorial: Tyrannosaurus Books
184 páginas
ISBN: 9788494102080
1ª Edición: Junio 2013
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