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divendres, 1 d’abril del 2011

Entrevista con Víctor del Árbol, autor de 'La tristeza del samurái'

¡¿Pero qué demonios pinta una espada de samurái en la España franquista y en manos de un niño alejado de su madre por decisión de un padre falangista y despiadado?! Eso es lo que cualquier lector se puede preguntar cuando se acerca por primera vez a la novela de Víctor del Árbol, La tristeza del samurái (Alrevés), libro que llega con la recomendación de la superventas María Dueñas y que propone una historia intensa, compleja de resumir, pero impactante de leer. Y es que en esta novela no hay samuráis, pero sí sueños por cumplir, preguntas por responder y unos cuantos crímenes que esperan ser resueltos.

"La novela es un homenaje al ciudadano anónimo, que es quien mueve los resortes reales de la Historia"

Xavier Borrell. Barcelona / Foto: Editorial Alrevés

Su novela no trata de samuráis, aunque con lo convulsa y retorcida que es la historia de España, no sería raro que apareciera alguno...

La verdad es que en nuestra larga historia tenemos un sinfín de situaciones dramáticas, a la vez maravillosas y traumáticas, sobre todo en el siglo XX. Hoy, que parece que hemos perdido el rumbo, que nos invade la inquietud sobre nuestro destino colectivo, tiene más vigencia que nunca la voz de ese tiempo tortuoso y las lecciones que podemos extraer. Otro tema será que como Sociedad estemos dispuestos a aprender de nuestros errores.

Y, claro, con tanta tela que cortar, un thriller parece lo más adecuado para una trama que se adentra en los primeros años del franquismo y en los primeros de la democracia...

Me gusta mucho el concepto de thriller aplicado a esta novela. Si lo pensamos detenidamente, el franquismo –sobre todo en su etapa inicial –y la mal llamada transición a la democracia tienen todos los ingredientes para una novela de estas características: traiciones, complots, posicionamientos y cambios de chaqueta… A mí me interesaba profundizar en el papel que desempeñó la gente corriente, cómo lo vivieron, y sobre todo, cómo lo sufrieron. En cierto modo, la novela es un homenaje al ciudadano anónimo, que al final es quien mueve los resortes reales de la Historia.

Entonces, ¿los personajes no están basados en personas reales?

A parte de los nombres conocidos por todos (Suárez, Armada, etc…) los personajes no son reales, sino recreaciones libres de ciertas actitudes que quería investigar. El diputado Publio, por ejemplo ¿quién no puede imaginar que alguien así estuviera realmente tras la trama del 23-F? Con él, he pretendido compendiar lo más deleznable del poder, lo que significa y lo que encarna. Otro tanto podríamos decir de Guillermo Mola o Gabriel, por ejemplo. Cada uno de ellos encarna una actitud ante la vida. Lo bueno es que haciendo de ellos personajes "reales" se comportan como podría hacerlo cualquiera de nosotros en su pellejo. Ahí está lo inquietante.

De todos modos, seguro que alguno que haya vivido esos años tiene un pasado tan oscuro como el que aparece en la novela.

El poder, en abstracto, no entiende de moral ni de ética, y mucho menos de ideologías. Muchos de los que auspiciaron con su silencio o su indolencia la intentona del 23-F lo hicieron por temor a perder los privilegios que disfrutaron durante el franquismo. Y esos mismos se sumaron entusiastamente después a la idea democrática. Nuestra obligación como sociedad madura debería ser poner coto a cada personaje que de un modo u otro ataca los fundamentos de un país que tanto nos ha costado construir, un Estado de Derecho, de libertades y de deberes, donde todos deberíamos tener cabida.

En 1981 todavía no éramos tan abiertos de mente y usted sitúa en esa época a María, una abogada que tiene una relación con otra mujer. Supongo que no es casual...

No, si hay alguien capaz de ser valiente en tiempos de cobardía es una mujer como ella. Necesitaba alguien fuerte pero al mismo tiempo traumática, vencedora ante la sociedad que la juzga pero derrotada por sus propios miedos. A principios de los ochenta, nadie puede encarnar mejor el papel de luchadora que una mujer abogada, que ataca las bases del Estado, y que además se libra de un maltratador para vivir un amor prohibido con otra mujer.

Sus personajes, al final de sus vidas piensan que ya lo único que les queda es la conciencia. ¿Cree que es bueno echar la vista atrás de vez en cuando?

Creo que somos como árboles. Para crecer necesitamos raíces. Al final, la muerte es un acto solitario y si olvidamos quiénes somos nos limitaremos a una vida vana, estúpida, sin sentido. A veces necesitamos echar la vista atrás para darnos cuenta de que nos hemos salido del camino que un día decidimos andar, y volver a la senda antes de que sea demasiado tarde. La nostalgia sólo es una mirada cono cariño a aquello que ya no volverá, pero lo esencial de cada uno no debería borrarse nunca.

Toca usted el tema de la División Azul. Parece que aquí también hay muchas preguntas por resolver, ¿no?

Los capítulos de la novela en Leningrado son unos de los que más he disfrutado escribiendo, no sólo por su fuerza narrativa, sino por la posibilidad de investigar un poco más a fondo un asunto realmente poco estudiado de nuestra historia. Solemos despachar el asunto con que fue una idea de Serrano que Franco avaló para quitarse de encima a la vieja guardia falangista, pero en ese contingente había personas de catadura muy distinta: idealistas, o bien gente que esperaba un pronto patrocinio, pero también personas con cuentas pendientes con la justicia. Luchar al lado del ejército alemán fue para muchos de ellos, sobre todo los llamados “camisas viejas”, algo muy duro. Se suele equiparar a los falangistas con los nazis y eso es un grave error de concepto si no se matiza. Tampoco se ha querido estudiar la situación de los presos de la División –luego convertida en Legión– que cayeron a manos de los soviéticos, como el caso del personaje de la novela.

Usted es Mosso d’Esquadra y no es el único que escribe. A juzgar por los resultados, ¿no les enseñarán también a ser buenos novelistas?

¡Gracias por la parte que me toca! Conozco algunos otros Mossos que escriben ficción realmente buena. No sé qué le dirían ellos, pero en mi caso, creo que ayuda a tener un prisma distinto de la sociedad, hermoso y dramático, realista pero no por ello pesimista. Es una suerte y una riqueza vivir este trabajo, sobretodo porque te da una sensibilidad distinta ante ciertas realidades, aunque como escritor procuro huir siempre de las situaciones relacionadas con mi trabajo. Prefiero ahondar en lo desconocido. A fin de cuentas el trabajo siempre es una circunstancia y la literatura una vocación.

Una gran vocación si además una autora como María Dueñas recomienda su libro...

Es un motivo de orgullo enorme y, sinceramente, lo he recibido con un cierto sonrojo. María Dueñas es una narradora excepcional y lo será aún más. Para mí es un motivo de satisfacción hablar con alguien con su talento sobre La tristeza del samurái y ver cómo ha desmenuzado la novela, cómo ha ido mucho más allá de lo meramente anecdótico para entender todo su sentido. Un gustazo, desde luego que sí.


LA RESEÑA



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