Lo admitiré sin ningún tipo de rubor: no me gusta la saga de Star Wars.
Vale, ya está, ya lo he dicho. Qué a gusto se queda uno.
Recuerdo perfectamente cuando tras su visionado en el famoso Nuevo Cinerama mi pobre madre (estuvo haciendo cola para conseguir las entradas unas cuantas horas) me preguntó ilusionada: ¿te gustó la película, nen? Pues no. Lo siento. Me pareció aburrida, increíble y falsa, muy falsa. Casi tanto como Supermantras su estreno un tiempo después. Tal vez por ello en mi adolescencia mis películas favoritas pasaron a ser coproducciones francofinlandesas, o vietnamitas, pero eso es otro cantar que no viene a cuento.
Lo que sí resulta de todo aquello, además de que mi madre aseguró que nunca más me llevaría a ver una de esas películas, algo que cumplió y a lo que yo nunca puse remedio, ni me importó i sentí la necesidad, es que por todo ello tal vez también se me pueda considerar un friki de cuidado.
En otro sentido del utilizado en este divertido, entretenido e irónico libro (hay que reírse de uno mismo para poder hacerlo con gusto del prójimo), otra acepción del término, pero friki al fin y al cabo.
Es cierto que hoy día, y gracias sobre todo a internet, los frikis del mundo, no solo se han unido, si no que han salido de sus escondites. Lo propagan a los cuatro vientos más orgullosos que los gays el 28 de junio e incluso para estar de moda debes ser un poco friki.
Y eso que como muy bien dice Jorge Vesterra, seudónimo tras el que se esconde un conocido personaje público del cual no sabemos nada más, nuestro término friki deriva del inglés freak y se empleaba para referirse a las personas que se distinguían por tener malformaciones o alguna anomalía física en su cuerpo y eran exhibidas en circos y ferias ambulantes. Tod Browning realizó una excelente película sobre ello, llamada sencillamente Freaks.
Así que no entiendo esa pasión de la gente en autodenominarse friki.
Lo único que tienen son diferentes aficiones, por mucho que estas puedan resultar extrañas. ¿O es que acaso hay diferencia entre la colección de coches en miniatura de mi padre y mi colección de discos? Creo que no.
Cada uno colecciona lo que quiere, tiene sus aficiones y hace lo que quiere, no hay nada más democrático que eso.
Sinceramente, ser friki, o incluso tener un manual para serlo, no me encaja en la acepción que se le debería dar a la palabra en sí, ya que como hemos comentado anteriormente el friki es único, y uno no se puede convertir del día a la noche.
Sí, friki se nace, nos guste o no.
Otra cosa es que, al igual que su autor, nos tomemos ¡Yo soy tu padre! Cómo llevar a tus hijos al lado oscuro como un divertimento, un pasatiempo más, una retahíla de absurdidades que no llevarán a ningún sitio, a excepción de pasar un rato agradable y divertido con nuestros hijos, que por cierto, tampoco tengo.
Tal vez sea por ese pequeño motivo que este libro pasó sin pena ni gloria por mis manos, aunque una cosa es cierta, me divertí mucho más de lo que me imaginé en un primer momento, sobre todo al leer que Brain Dead, una de las primeras películas de Peter Jackson, llamada en nuestro país Tu madre se ha comido a mi perro, está considerada como una película de friki hardcore, o sea, que puede resultar demasiado friki incluso para un friki del montón, y resulta que un servidor la vio de estreno en el cine Pelayo el día de su estreno.
Sí, es posible que sin saberlo yo también sea un poco friki, pero siempre a mi manera.
SALVA G.
Título: ¡Yo soy tu padre!
Autor: Jorge Vesterra
Editorial: Timun mas
Edición: 1ª edición, marzo de 2014
Número de páginas: 158 pp.
I.S.B.N. 978-84-480-1910-5
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