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dimecres, 19 de novembre del 2014

Crónica de la presentación de 'La última palabra' de Hanif Kureishi



El pasado miércoles 12 de noviembre tuvimos el gran honor de asistir a un encuentro entre Antonio Lozano (Barcelona, 1974) licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Barcelona y doctorado en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra, además de formar parte del jurado del Premio Internacional de Novela Negra RBA, sello para el que realiza un blog de actualidad sobre género policíaco llamado Lo leo muy negro, y aún le queda tiempo para ejercer de conductor del club de lectura del C.C.C.B. y el guionista y escritor inglés Hanif Kureishi (Londres, 1954) en la librería Laie sita en la calle Pau Claris de Barcelona.

                La  (buena) excusa para ello es la edición del último libro de Kureishi en nuestro país, La última palabra (Anagrama, 2014), séptima novela del inglés y primera en cinco años. Años en los que no estuvo en el dique seco, realizó dos guiones (según sus propias palabras, de algo se ha de vivir) que sirvieron para realizar sendas películas, la última de ellas Le week-end se pudo ver en el festival de San Sebastián el pasado año, y sigue ofreciendo clases de escritura creativa en la Universidad de Kingston en Londres. Y por supuesto redactando el libro que tenemos entre manos y del que se habló largo y tendido anoche.

                Lozano comenzó dando unas pinceladas rápidas de lo que le había parecido la novela. Debemos admitir que estas resultaron bastante parecidas a nuestros sentimientos tras la lectura días antes de la novela, así que las compartiremos con todos vosotros.

                La última palabra son muchas cosas, dijo Lozano: sátira: Kureishi pinta al escritor protagonista del libro, Mamoon Azam como un monstruo; para ponernos en tesitura Lozano se extrajo de la manga una pequeña joya a modo de chiste dicha por el escritor Juan Cruz: ¿qué desayunan los escritores?: egos revueltos,  que hizo sonreír al mismísimo Kureishi; es también un pulso dialéctico intergeneracional entre Mamoon, el famoso escritor y Harry, el joven biógrafo; una comedia campestre, llena de equívocos, situaciones comprometidas y correrías sexuales que harían las delicias del gran P.G. Wodehouse y donde pasarían desapercibidos Jeeves y Wooster, personajes del ínclito autor inglés; una meditación sobre las relaciones humanas y un balance vital y moral de la sociedad actual; y por supuesto una declaración de amor a los libros. Kuureishi se pregunta en la novela quién sigue leyendo a día de hoy.

                En definitiva, Lozano afirmó que La última palabra había sido  escrita desde el corazón del autor y contenía toda la sabiduría de este en sus palabras.

                 Tras estas palabras enjabonadas hacia el trabajo del escritor, todas ellas cargadas de razón, Lozano preguntó a Kureishi un listado de cuestiones que previamente se había preparado, tras lo cual dio paso por  obra y gracia del propio Kureishi, a una rápida ronda de preguntas de los asistentes. Parecía que el escritor estaba algo cansado, y más sabiendo que después debía hacer acto de presencia en los cines Texas de Barcelona donde se proyectaba Le week-end y tenía una nueva mesa redonda junto al propio Lozano y al cineasta Ventura Pons (a quien pudimos ver por Laie durante la comparecencia de Kureishi)

                De la larga ristra de preguntas (por parte de Lozano) y respuestas (por parte de Kureishi) pudimos extraer perlas de la talla de: ¿puede ser un escritor buena persona?: Imposible diría sonriente Kureishi. Es más, como bien dice Philip Roth, admirado escritor del inglés: cuando un escritor nace en una familia, la familia muere.

                Ante la pregunta de si los artistas están por encima de los mortales, debido al egocentrismo que destila el personaje de Mamoon en la novela, el autor comentó que hay que admirar al artista y no a la persona. Él mismo admira a Ezra Pound, toda su obra, pero que alguno de sus actos (su apoyo al fascista Mussolini) distan mucho de su forma de ser.

                Siguió preguntando por los artistas, en este caso si éstos son gurús, puesto que de nuevo Mamoon tiene respuestas para todo y conoce las verdades universales. El autor contestó que aun con todas sus afirmaciones, los escritores no representan la verdad. Sacó a colación autores de la talla de Wolf, Balzac o Kafka en su respuesta, y acabó afirmando que sus escritos son difíciles de explicar en palabras pero fáciles de entender para los lectores.

                Kureishi afirmó que los libros deben ser peligrosos, a colación de una pregunta  sobre porque Mamoon no quiere ofender con su libro.

                El autor se remontó a febrero de 1989 cuando le fue lanzada a Salman Rushdie una fatua que afectó a escritores y lectores, negando con ello la libertad de expresión. Muchos libros han sido censurados en la historia, autores como Miller, Nabokov o D.H. Lawrence sufrieron en sus propias carnes ese hecho, pero en ningún momento nadie quiso matarlos, ni mucho menos envió a alguien para hacerlo. En Pakistán nadie puede comprar o pedir un libro de Rushdie.  Acabó afirmando que escribir es peligroso por expresar tus ideas, ya sean estas en el ámbito político, familiar o sobre nosotros mismos. Y sentenció con la frase: los sueños expresan lo que no podemos verbalizar.

                Mucho se ha comentado sobre que los dos personajes principales de la novela, Mamoon y Harry, podrían estar basados, el primero, en el premio nobel V.S. Naipul (ambos comparten una primera esposa suicida y una amante despechada) y el segundo en Patrick French biógrafo este (este último quería mostrar lo bueno y lo malo del escritor a toda costa)  a lo que Kureishi afirmó que en un principio así podría ser, más quenada porque en un principio resultó ser una novela corta, que fue alargando a medida que entraba en los personajes, con lo que tuvo que ir buscando material para ello en otras personas: su padre, sus tíos, amigos…El otro día estaba hablando con una amiga y ante uno de los comentarios de esta se quedó callada y preguntó: ¿no pondrás esto en una de tus novelas, no?, a lo que Hanif contestó, si no quieres que esto pase, no tengas escritores amigos.

                Queda bien claro que la inspiración para la escritura puede venir de cualquier parte.

                El momento tenso de la tarde noche vino  tras la pregunta de si ayudaría a un biógrafo a escribir su biografía con la segunda parte de la pregunta: ¿a quién le gustaría biografiar?

                Para la primera sería un cumplido que alguien hiciera eso y encantado le ayudaría. Para la segunda comentó y dos veces, la segunda algo molesto, que la respuesta era intranscendente.

                Finalizaba las preguntas con la cuestión de que el editor de Mamoon, un tipo realmente detestable, es capaz de quedarse dormido en una cena sobre el suelo y taparse con la alfombra, solo busca la pasta, ¿qué hay de real en esto?

                Kureishi, sabiendo que su editor español estaba presente, Jorge Herralde, sentado en primera fila, intentó ser lo más sutil que pudo con su respuesta, afirmando crípticamente que los libros han muerto, son objetos, aunque por suerte las historias siguen más vivas que nunca.

                Mucha gente lee en Kindle, y no le extraña, en él caben hasta 200 libros, así que es un artilugio útil, pero por mucho que los libros mueran, siempre habrá gente que explique historias y tenga su público.


                Esta fue la última pregunta por parte de Lozano. El turno estaba ahora en manos del escaso pero fiel público.

                La primera de ellas versó sobre qué pensaba del género de diarios. Autores como Wolf o Kafka editaron los suyos. ¿Sería probable que viéramos los de Kureishi algún día editados? Admira los libros de estos autores, y no le parece mal editar los diarios, es más, acaba de venderlos, pero piensa que es en su caso un libro inacabado, al fin y al cabo su vida continúa y el diario tiene un fin.

                La segunda cuestión por parte del respetable fue más clara: ¿se nace escritor?

             Comentó Kureishi que él a los catorce o quince años escribía. Estuvo así durante diez años y no llegó a ninguna parte. Fue aprendiendo y supo qué tipo de escritura quería hacer. Hoy todo el mundo escribe, desde presentadores del tiempo de televisión hasta el operador que le arregló su cocina el mes pasado. Todos podemos ser artista, pero sin duda hay que trabajar ese arte. Finalizó nuevamente con una sentencia algo críptica: debería existir una ley que prohibiera que cualquiera escriba un libro.

                Tras los aplausos de rigor, vinieron las firmas del autor, al que esto suscribe se la rubricó en su amarillenta copia de El buda de los suburbios, tercera edición, editada en febrero de 1992, y adquirida en noviembre de 1993 por un servidor, ahí quedé prendado del autor, unas últimas palabras, una copa de cava por parte de la librería y un hasta la próxima esperando que la novela se alce con el Man Booker de este año.


SALVA G.


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