Hay gustos para todo y que el mío no coincida con el del prestigioso
jurado que otorga el no menos renombrado premio antes citado, es sin duda
síntoma de mi mal criterio. Así que, si
quieren seguir adelante, ya les advierto con lo que se van a encontrar. Con alguien que no tiene ni de lejos el nivel
de Ángeles Caso, Fernando Delgado, Pere Gimferrer, Ana Mª. Ruiz-Table y Emili
Rosales. Ni comparte su arbitrio, claro.
Vamos allá.
La novela arranca bien. Con una
correcta descripción de los personajes protagonistas y un buen paso de un
tiempo a otro. El actual, con Luisa
Aldazábal, y el decimonónico con Luisa
Casati.
La primera, es la típica ama de casa acomodada que al llegar a la madurez
se da cuenta de que ha desperdiciado su vida.
Nada nuevo. Podría haber sido una gran pintora (porque estudió Bellas
Artes), o una estrella del rock. O
también y lo más común, una empleada de
supermercado, posibilidad que nunca se plantean las heroínas del
resentimiento. Tuvo un desgraciado
accidente en su juventud al que achacar su rutinaria existencia y un infarto
premenopáusico y clarividente que la impulsa a buscar todo aquello que no ha
tenido y de lo que se cree merecedora.
“Para recuperar eso que nos falta
es preciso que me recupere antes a mí misma.
A la que fui antes de ti. Y luego
ya veremos si “ella” te conquista o te espanta.
Mi empeño no es volver a intentar ser artista, pero sí volver a gozar
con el arte y pintar, no ya un lienzo sino cada día con un color nuevo y
distinto…” ¡Qué cosas!
La segunda, la de la gran Marchesa
Casati, rica heredera, excéntrica, megalómana y
amoral. Como la primera, casada por conveniencia y casquivana
vocacional. En lugar de crear, se dedica
a lo que llama “reinventar”. ¡A saber
qué demonios significa! “Reinventarse a
través del sexo”, dice. Se me ocurren formas más claras de definirlo, pero… ¡en
fin! No es artista, ni escritora, ni
creadora, ni científica. Es una señora que
se dedica a malgastar la inmensa fortuna legada por sus padres y a fornicar con
quien se le pone por delante, disfrazada de mamarracho. No le veo la gracia. Que por sus palacios y su alcoba desfile lo más destacado de la
sociedad de su época, no la hace a ella merecedora del talento de aquellos con
los que se acuesta. Se contagia la
sífilis pero no el intelecto.
La personalidad y méritos de la Marchesa quedan claros con unas pocas
páginas. Y lo mismo vale para la
frustrada pintora madrileña que ve en su homónima un ejemplo a seguir, un alma
gemela que la subyuga y la empuja a romper con su vida actual. A partir de aquí, sobran las infinitas
descripciones de los fiestorros de la Casati, los tediosos y prolijos detalles
sobre la decoración de sus palacios, su vestuario, maquillaje, viajes y otras
nimiedades tan femeninas como carentes de interés. Bueno, quizás no. Pienso en la prensa del corazón, en los caprichos de las actuales divas,
cinematográficas o líricas, comentados,
estudiados y reiterados hasta la saciedad en los medios de comunicación para
disfrute de sus fans y llego a la conclusión, de la que ya he avisado al
principio, de que la rara soy yo.
A lo que íbamos. ¿Se necesitan
cuatrocientas cincuenta y cuatro páginas para contar la historia de
estas dos señoras? Por la vida de la Marquesa pasan un sinfín de personajes
conocidos, empezando por su amante por excelencia, el escritor Grabriele
D’Annunzio, (Yo no lo he leído, confieso.
¿Alguna opinión de alguien que lo haya hecho?) y siguiendo con
bailarines, escultores, pintores, escritores, diseñadores, etc… Toda una
crónica amarilla de la llamada “Belle Époque”, un trabajo universitario
ampliado con unas gotas de ficción y una gran recopilación de datos, que todos
sabemos hoy en día encontrar en Internet.
Respecto a la otra Luisa, el ama de casa imbuida por la personalidad de
la italiana, su metamorfosis en artista aventurera no sólo es estereotipada
sino que roza la cursilería.
Un ejemplo: “Duermo azotado por el
recuerdo de tu piel invisible de mujer desvanecida”. Ustedes mismos.
Y para que todos sepamos que tratamos con artistas, desde los diálogos
que mantiene con su amante (que al final resulta ficticio y hasta ese momento
insoportablemente redicho) hasta la más mínima impresión o descripción de la
siempre “artística” Venecia, adolecen de un tono didáctico artificial. Es aquello de: “Me alegro de que me haga esta
pregunta…” y a continuación viene un rollo que a nadie interesa.
“-Y de quién es la escultura? ¿De
Donatello, tal vez? –inquirió Luisa con curiosidad.
-Casi aciertas. Donatello era el escultor más afamado del
siglo, el XV, pero fue a Verrochio, su discípulo, a quien se la encargaron…”
Bla, bla, bla.
¡Por Dios! ¿Estamos en una clase de Historia del Arte? ¿Quién liga hoy en
día así?
Resumiendo: Al final la Marchesa
muere arruinada física y económicamente y Luisa Aldazábal, tras haber mandado a
paseo a su familia, encuentra un nuevo amor (un afamado escritor) y vuelve a
pintar. Parece ser que al fin se ha
“reencontrado”.
Alicia Estopiñá
LUISA Y LOS ESPEJOS
Marta Robles.
Premio de Novela Fernando Lara 2013
Editorial Planeta
Nº de páginas: 464 págs.
ISBN: 9788408114352