“Simón, no; Saimon” es una novela
juvenil que bien podría interesar al público adulto vinculado, directa o
indirectamente, con la educación de niños y adolescentes.
De la lectura
de tu novela se desprende que conoces en profundidad la educación secundaria y
los conflictos que predominan. ¿Cuál es tu relación con las aulas?
Llevo veintidós años
vinculado a la educación, concretamente a la etapa de secundaria. Primero fui profesor
de extranjeros y de COU durante cuatro años, después como delegado de ventas de
la editorial Santillana, estuve quince años más visitando institutos y ahora
ya, desde hace tres, soy jefe de producto de enseñanzas medias. Desde el
departamento de ediciones, sigo estrechamente relacionado en una vertiente más
de investigación y de gestión editorial. En definitiva, son veintidós años
entre profesores y alumnos de secundaria.
Saimon es uno
de tantos chicos cuyas familias, que a menudo atraviesan problemas de gravedad,
no consiguen controlar ni sus actos ni sus emociones. ¿Cómo definirías a
Saimon?
Como un fabricante de
miedos víctima a su vez de su propio miedo.
Saimon es el típico caso
de chico conflictivo sobre el que los más allegados, empezando por la madre, se
hace ese comentario atenuante de: “en el fondo, no es mal chico”. Saimon está
perdido y se equivoca, no es capaz de abstraerse de unos medios de
comunicación, de una sociedad que tira por tierra el sistema de valores y sobre
todo, de un padre que lo maltrata y lo desprecia. El sistema educativo, no
siempre eficaz con algunos casos de necesidades específicas tampoco le ayuda
todo lo necesario. De todos modos, la labor de un mediador de conflictos, el
amor adolescente y su inteligencia natural le ayudan a mejorar su conducta.
Ángel es el
profesor más directamente afectado por el comportamiento de un chico que, a
falta de otros recursos, se ensaña con el que se le antoja más débil. ¿Por qué
Ángel pasa por momentos tan difíciles y no les sucede lo mismo a otros
compañeros de profesión?
Por la misma razón que en
cualquier otro ámbito profesional y de la sociedad, unas personas llevan mejor
y aprenden a superar las adversidades mientras que a otros les cuesta más. En
la enseñanza, yo diría que hay un perfil de profesor más vulnerable a los
conflictos, a la pérdida de prestigio social, al descenso del nivel de los
planes de estudios y de los alumnos; y otros que son los que “tiran del carro”,
los que suplen con creatividad, ilusión y fe en su profesión todo ese clima
adverso.
En tu novela
el claustro de profesores acusa las dificultades para mantener la disciplina,
el interés y la confianza en las propias posibilidades. ¿Crees que se trata de
una situación generalizada?
Hablar de una situación
generalizada quizás resulte catastrofista. Digamos que se trata de una
situación habitual sin olvidar que, al mismo tiempo también es habitual que en
los mismos centros haya chicos que muestran interés y llevan un seguimiento
académico como mínimo, normal. Lo que ocurre es que la indisciplina, el fracaso
escolar y el desánimo de los docentes han ido en aumento desde la LOGSE hasta
aquí y ese es el problema que nos debemos plantear.
¿Qué
aconsejarías a un profesor novato?
Para empezar, al que
quiere serlo le aconsejaría que tuviera clara su vocación, sin la cual es
imposible el ejercicio de la profesión hoy día.
Al novato, le aconsejaría
sobre todo disciplina, compromiso y mucho diálogo con las familias, más si cabe
si alguna vez es tutor. Marcar los límites a los alumnos desde el primer día,
no querer ir de falso colega sin haberse ganado antes el respeto. No olvidar
que su obligación es fundamentalmente enseñar, no educar. Educar es una
obligación de las familias. Lo que ocurre es que la frontera entre una cosa y
otra es algo difusa. Si un profesor, después de enseñar unos contenidos, puede sumar
a su trabajo esa faceta educativa, está bien, es bueno, un valor añadido, pero
no hay que invertir los términos nunca.
¿Confías en
la figura del mediador como ayuda eficaz en la resolución de problemas?
No solo confío en ella sino
que la considero imprescindible. En centros especialmente difíciles, la figura
del mediador puede ser más importante incluso que la del propio director.
Y para
acabar. ¿Cuáles son, a tu juicio, los tres problemas más acuciantes de nuestro
sistema educativo?
Es una pregunta muy
difícil y que daría para todo un discurso, el mismo que vemos a diario en
medios de comunicación especializados. No sabría ponerlos en un orden de
prioridad pero por mencionar tres, empezaría por el problema financiero ahora
que el gobierno actual del PP acaba de anunciar una reducción de cerca de 3.000
millones de euros en el presupuesto de educación. Esto es algo a mi modo de ver
muy grave y que pasará factura en el futuro. Las clases más desfavorecidas van
a tener menos oportunidades y un descenso en la calidad de los medios que van a
recibir, cosa que no ocurrirá con aquellas que pueden acceder a la enseñanza
privada. Todo lo que no se invierta en la educación de nuestros jóvenes, tendrá
un retorno trágico: una sociedad menos preparada y empobrecida culturalmente y
por lo tanto, una merma del sistema productivo.
El segundo problema sería
el de unos medios de comunicación que chocan frontalmente con la cultura del
trabajo y del esfuerzo. Por lo general transmiten la cultura del éxito fácil a
cualquier precio. Los chicos, como Saimon, a menudo sacan una triste
conclusión: si algunos se hacen famosos y ganan dinero sin demostrar una
preparación y aptitudes culturales, para qué nos vamos a matar a estudiar…
Y en tercer lugar
situaría otro problema no menos grave como es el de la progresiva relajación de
las familias que delegan sus responsabilidades educativas en los centros
educativos. Es un tema social muy complejo, que tiene que ver con el afortunado
y necesario acceso, cada vez mayor, de la mujer al mercado laboral, con la
carestía de la vida, con la falsa convicción de que un sistema educativo
gratuito y universal, lo que fue un logro desde la transición, permite a los
padres “exigir” unos resultados etc.… cuando lo que realmente ha ocurrido es
que las familias cada vez pueden dedicar menos tiempo al seguimiento educativo
de sus hijos. Lógicamente es muy difícil generalizar pero creo que esto es lo
que está ocurriendo y a menudo tampoco depende de la clase social de las
familias. En mi generación, los padres respetaban la autoridad de los
profesores, ahora, lo que hacen es “pedirles cuentas” si sus hijos no van bien,
aunque en casa, hayan invertido un montón de horas en jugar a la play station y
pocas, o ninguna, al estudio.
Empar Fernández
Autor Jorge Gamero
Editor Alfaguara infantil
Fecha de publicación marzo 2012
Colección Infantil juvenil
ISBN 9788420411347
Páginas 192