Beryl Bainbridge (Liverpool, 1932-Londres, 2010) es una de las novelistas más importantes de los últimos cincuenta años, aunque nominada en cinco ocasiones al prestigioso premio Man Booker, no fue hasta su muerte cuando se le concedió póstumamente. Tras dos de sus mejores novelas editadas por Ático de los libros: “La cena de los infieles” y “La excursión”, la editorial edita la que es la novela que obsesionó a la autora durante los últimos diez años de su vida. Basada en buena parte en sus propios recuerdos de un viaje de tres semanas que realizó de joven por Estados Unidos en 1968 yendo de Washington a San Francisco, sus primeras novelas fueron también creciendo sobre su propia existencia, contando incidentes de su infancia, con un hombre que apenas conocía. Toda esa experiencia la plasmó en unos turbulentos diarios, los cuales décadas más tarde le sirvieron para el eje central de su desgraciadamente última novela, antes de pasar. Concretamente, las últimas treinta y cinco páginas, fueron escritas por su amigo y editor Brendan King, a partir de las sugerencias que hizo la propia autora en el propio lecho de muerte.
La historia es bien sencilla. Rose, que bien podría ser la propia Beryl cruza el país junto a Harold, buscando a un hombre que ésta había conocido en su Inglaterra natal (ella viene de Kentish Town), durante su infancia, llamado doctor Wheeler, carismático, auténtico gurú, un oráculo, redentor, pero absolutamente fugitivo. En cada una de las paradas que realizan los dos protagonistas en la ciudad o pueblo que se creen que encontraran al doctor, éste ya puso pies en polvorosa y les dejó tan sólo una nota contando su marcha.
En la furgoneta Volkswagen reconvertida en caravana, Harold carga con todo el peso monetario del viaje, mientras Rose confundida vive su pequeño sueño americano.
No se soportan. Harold cree que Rose tiene un carácter infantil e incluso que roza el retraso mental, mientras que ésta sólo piensa que Harold no le entiende.
Esto es una road movie al uso. Los protagonistas se desplazan desde un punto A, a un punto B, pasando por diferentes estados mentales, viviendo diferentes experiencias, absorbiendo uno del otro su especial sabiduría. Muchas son las cosas que les ocurren, pero todas ellas con un punto del absurdo, lo grotesco y lo cómico sustancialmente conmovedor.
Sí, las situaciones de estos dos personajes, podrían haber sido escritas por los mismísimos Monthy Pthyton, los reyes de lo absurdo, pero Beryl Baindridge no tiene nada que ver con ellos, excepto que el grueso de la compañía eran nativos del Imperio Británico. Su humor resulta perverso en algunos momentos, misterioso en otros, pero inquietante en todos y cada uno de ellos.
Harold quiere encontrar a Wheeler, divertido nombre para alguien que nunca para quieto, simplemente para matarlo. Sí, Harold le culpa de la muerte de su propia esposa, que le dejó para tener una aventura con Wheeler y se suicidó cuando éste la abandonó. Y Rose sueña con que Wheeler le ofrecerá un trabajo y podrá quedarse con él en Los Ángeles.
Localizan a Wheeler en el hotel Ambassador, justo cuando Robert Kennedy acaba de ganar las primarias y es asesinado. Wheeler forma parte de la comitiva del Fiscal.
¿Tendrán algo que ver nuestros dos personajes con dicho asesinato? Tal vez. Pero sinceramente, tras la lectura reposada del libro, debo admitir que ese resultado final es lo de menos, lo interesante en él, resulta ver la convivencia de dos personas de ambientes opuestos, edad diferente y modo de vida completamente distinto, dormir bajo el mismo techo, comer en la misma mesa y tener el mismo sueño: encontrar a Wheeler.
Una excelente comedia negra, con cierto halo de misterio basada en un hecho real en el cual nuestra protagonista femenina, basada en la propia escritora, podría haber tomado parte de él.
SALVA G.
Título: La chica del vestido de topos
Autor: Beryl Bainbridge
Traducción: Joan Eloi Roca
Editorial: Ático de los libros
Edición: 1ª edición, septiembre de 2012
Páginas: 208 pp.
I.S.B.N: 978-84-939719-0-8