Caminando por el paseo hacia el Musel y sin perder de vista el horizonte de la playa de poniente para llevármelo de recuerdo a mi desierto particular, por mi cabeza va pasando el recuento de años y visitas a Semana Negra. Mi hijo Juan era un bebe de apenas cuatro meses en mi primera vez, casi accidental, en este último viaje es un bigardo de quince años y a nueve centímetros de los dos metros de altura.
Tantos años, tantos recuerdos y aunque parezca mentira las cosas me siguen resultando igual de familiares que al principio e igual de dolorosas en la despedida. El olor a chorizo criollo sigue conviviendo con los reggaetones de la noria y las propuestas multiliterarias de un proyecto tan imprescindible y necesario como este. Superada ya la operación a corazón abierto de hace unos años, la semana de diez días continua a un ritmo maduro, no necesariamente de sintrón. En cada una de sus esquinas oyes rencillas imaginadas o reales sin saber distinguirlas con distintos acentos, como el de Fabio Stasi y su maravillosa historia sobre el genio Charles Chaplin y su apuesta con la muerte, las anécdotas napolitanas y mafiosas del pampeño Eduardo Risso y el omnipresente Ángel de la Calle, que lo mismo sustituye en una presentación al inigualable Carlos Salem como que alarga dulcemente la presentación del Novelpol para mostrarnos su cariño y respeto con una serie de preguntas que agradeces.
Pero lo mejor, y que me perdone mucha gente, después de hacerte setecientos kilómetros de ida, son los reencuentros, esas pequeñas charlas, nada íntimas y no necesariamente alentadas por la sidra en la que vuelves a encontrar la admirable cercanía de unos y otros. La de Pere Cervantes que tras presentarnos a Alfa de una manera cautivadora, charla contigo y con sus lectores del Voramar y el mar de levante. La del maestro Alejandro Gallo más certero en sus preguntas que una Glock bien lubricada. La de Zanón que te confiesa secretos totalmente confesables sobre Carvalho, la de la Txapela vasca de Arretxe, Abasolo y Mai Lin, la chica más guapa de los alrededores. La de Rubén y Marta con sus preguntas y reflexiones con poso. La cercanía y familiaridad del Don Manuel y su gente, que hacen hueco donde sea para la mañana de los premios, esos que sorprenden a unos y a otros no tanto y que dejaron como siempre rostros intrigados y otros felices, otros exultantes y merecidos, como el de Gori. Y la admirable resistencia y buen hacer de toda la organización de Semana negra. Chapeau con sidra para todos ellos.
Y no quieres irte y alargas tu último día de feria hasta las tantas cenando un bocata en la carpa del encuentro para escuchar la velada poética donde varios de esos nuevos y maravillosos juglares nos regalan parte de su intimidad a gritos desnudos. Y poco a poco te vas haciendo a la idea de regresar mientras ves a dos parejas sentadas delante de ti como asienten tras cada poema de tu viejo amigo Salem a modo de aseveración. Casi puedes escuchar sus palabras “Este tío es muy bueno” y no puedes evitar sonreír aunque tú ya estés de duelo preparándote para atravesar siete provincias. Lo bueno es que, como siempre, a la altura del puente de Fernández Casado ya estarás convencido que si la vida y la economía te respetan volverás para cumplir otro año más.
José Ramón Gómez Cabezas
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