Marero es una recopilación de 19 historias cortas encabezadas por el relato homónimo que recibió el Premio Ignacio Aldecoa en 2013. ¿Puedes hablarnos de él?
Puede que a primera vista el lector crea que se encuentra ante un libro disperso, sin una unidad temática, pero no es así. Los diecinueve relatos que integran el libro son muy variados, en argumentos y en estilos, en voces narrativas (hay hasta el punto de vista de una mosca), pero casi todos ellos son fronterizos con el género negro y el fantástico, y, algunos, además, son eróticos, y hay hasta uno gótico, el que cierra el libro, y también humorísticos, pero sin dejar de ser negros o fantásticos. Los hay que son muy largos, más de veinticinco páginas, y muy breves, no más de página y media. Yo lo definiría de un menú degustación, un muestrario de mis habilidades narrativas aplicadas al género corto.
¿Qué destacarías de la recopilación?
Espero no dejar indiferente a ningún lector, que se ría, horrorice o disfrute leyendo cada una de esas piezas breves. El mayor fracaso de un escritor, desde mi punto de vista, es causar indiferencia en el lector. Toda obra literaria, como toda obra creativa, es un proceso de seducción, es una llamada de atención hacia al receptor. Pretendo llamar la atención del lector con diecinueve llamadas que son muy variadas, entretenidas y tan dispares que podrá parecer que no las haya escrito la misma persona, y esto último, en realidad, es un poco cierto. Quien escribe "Revoloteos" a los diecisiete años, o "La esclava" a los cuarenta, o "Marero" y "El último inquilino" a los sesenta pueden considerarse autores diferentes.
Algunas de las historias son verdaderamente originales. ¿Puedes comentar alguna de ellas?
Hablar de la génesis de las historias es narrar una nueva historia. "Marero", el título que da nombre al volumen, nace de la lectura de un reportaje en El País Semanal sobre la Mara Salvatrucha; acabar de leerlo y ponerme a escribir una historia que se me estaba ocurriendo sobre la marcha.
"Calle cortada", uno de los más cortazarianos, parte de un asedio particular que sufrí un verano en la ciudad de Granada, en donde por entonces vivía, con unas obras espantosamente ruidosas en la calle que casi me impedían salir a comprar comida para sobrevivir.
El origen de "Vuelo a Orly" hay que buscarlo en un exorcismo particular: tenía que volar a Nueva York y un avión de pasajeros se cayó inexplicablemente al Atlántico.
"La esclava" podría parecer inspirada en "Doce años de esclavitud" si no se hubiera publicado veinte años antes de que esa película ganara el Oscar.
"El último inquilino", uno de los que más me gustan, nació de un encargo de Fernando Marías para su bibliófila colección "Hijos de Mary Shelley": había que escribir una historia gótica de fantasmas y amores vampíricos.
En "La última corrida" recupero mi afición juvenil por la tauromaquia y visto el ritual de enfrentamiento a muerte de hombre / bestia de misterio.
"Cristal en la mandíbula" es un relato negro sobre el corrupto mundo del boxeo, un deporte que me guste aunque nunca lo haya practicado. "El caso del violador recalcitrante" es un disparate cómico alrededor de un actor de cine porno cuya herramienta resulta letal.
"Fumadores clandestinos" habla en clave de humor de esa persecución que sufren por todos nosotros los fumadores que no han podido dejar el vicio y a los que la sociedad hace la vida imposible.
En "Beso de sangre" me apetecía explorar el mundo homosexual a través de la relación de un actor de teatro y el autor de la obra que interpreta.
"Robinson" es una versión heterodoxa del relato de Daniel Defoe. En "Última cena en Sofía" ficcioné un encuentro con una "amiga" de facebook y habla de los peligros de las redes sociales. En
"El partido en Haití" mezclo vudú y fútbol en un hipotético encuentro amistoso que el Barça va a jugar en el país caribeño. En "Sed negra" traslado el universo de Mad Max a Los Monegros.
"Aromas mortales" es un mínimo homenaje a Holmes y Watson en clave de humor y de algo más de una página. "Llamas de pasión" surgió de un encuentro entre colegas para elucubrar sobre esas famosas sombras que se vieron en el madrileño Windsor en llamas, como un juego.
"Revoloteos" lo escribí en el bar de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona, en una servilleta de papel, y es un milagro que haya llegado hasta aquí y no se haya extraviado en algunos de mis numerosos traslados.
"Fase terminal" puede que sea el más negro de todos ellos y se basa en una historia real sucedida en Barcelona protagonizada por un expolicía y un sicario.
Éste es tu cuarto libro de relatos. ¿Qué tiene el formato corto que no posee la novela?
Conté mal; en realidad es el quinto. Desde mi punto de vista el relato tiene que ser más intenso y más redondo que la novela o no sirve, tiene que funcionar como una pieza de relojería desde el principio al final. En una novela uno se puede permitir algún que otro altibajo porque puedes subir la tensión hacia el final. El relato tiene que ir a un crescendo absoluto desde la primera línea. Luego, a la hora de la escritura, el relato suele escribirse de una sola tacada, sin darte respiro, de la misma forma que se lee. El género breve ha tenido grandes maestros. Cortázar, Borges y Bioy Casares, a los que leí muchísimo en mi época de estudiante. Chejov, Clarice Lispector, Raymond Carver.
Empar Fernández
Marero
José Luis Muñoz
Ediciones Contrabando
21 x 13 cm; 226 páginas
ISBN: 978-84-943944-4-7
PVP: 12 euros
Año 2015
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